viernes, abril 11, 2008

BAFICI 08:José Luis Guerín - Cazafantasmas.

"En la ciudad de Sylvia" y "Unas fotos en la ciudad de Sylvia", la ficción y el documental de José Luis Guerín que se pueden ver en el Bafici, componen un díptico luminoso y una lección sobre lo que es la ficción, lo que es el documental y lo que es el cine. Vayan a verlas.“Escarba in situ. No te deslices a otra parte. Doble, triple fondo de las cosas”. Robert Bresson, Notas sobre el cinematógrafo1. De no haberse dedicado al cine, José Luis Guerín podría haberse dedicado a la arqueología. Esto puede inferirse de la sinopsis de cualquiera de sus películas, pero emerge con la claridad de un síntoma en En construcción (2001), su anteúltimo documental. La película se ocupa de la destrucción de un antiguo barrio proletario de Barcelona y de la construcción, en su lugar, de nuevos edificios de viviendas; y en medio de la obra los obreros se topan con un conjunto de esqueletos humanos que datan de vaya uno a saber cuándo. La discusión que esto suscita en los vecinos del barrio deriva con total naturalidad en conversaciones sobre las pirámides y momias egipcias y en la transmisión televisiva de Tierra de faraones. En construcción es el retrato de un grupo de personas, pero es también el despliegue de una perspectiva temporal: la del pasado y el futuro de ese barrio obrero. Su origen milenario hace de centro secreto del documental, mientras que su futuro no parece definirse.Guerín ya había profundizado esta premisa arqueológica en sus documentales anteriores, Innisfree (1990) y Tren de sombras (1997). El segundo se ocupa de recrear con absoluta fidelidad las filmaciones familiares de un cineasta aficionado de la década del 20. De esta manera, la película traza dos líneas que recorren al cine de Guerín. Por un lado, pone sobre la mesa la intención de recuperar el pasado, amalgamándolo con el presente a través de la recreación y/o el simulacro. Por otro, y en tanto esta recreación se hace necesaria porque la película original se ha deteriorado, nos habla de la condición efímera de la experiencia del presente y de la fragilidad de la memoria.2. En la ciudad de Sylvia es una ficción, aunque en el caso de Guerín esto no hace mucha diferencia. El punto de partida es simple: un joven de unos veinticinco años vuelve a Estrasburgo a buscar a una chica (Sylvia) que conoció seis años atrás y cuyo rostro apenas recuerda. Para encontrarla atraviesa las calles de la ciudad, espía a muchísimas mujeres, hace breves dibujos de sus rostros en un cuaderno. No es fácil encontrar a una mujer entre todas las mujeres: quizás sea por eso que la de Guerín es una mirada insistente, que se apoya en planos fijos y da todo el tiempo la sensación de querer atravesar los rostros que encuadra. Sobre todo en la desbordante escena del café, construida a partir de la gradual “superposición” de primeros planos, en la que el protagonista está rodeado de mujeres hermosas y el espectador asiste fascinado a sus sonrisas, a sus tristezas, y a la música y al sol que completan el cuadro. Esa insistencia puede confundir la búsqueda del protagonista con la de un mujeriego, y algo de eso hay, pero uno no puede dejar de sentir que en esa intensidad se esconde un anhelo íntimo que se parece más al amor o a la epifanía. Las mujeres de En la ciudad de Sylvia están iluminadas con una luz suave, y el blanco de sus rostros (en especial el de la protagonista) es la superficie sobre la que esa luz viene a inscribirse. Tanto la palidez de esos rostros como los gestos pensativos en los que Guerín decide encuadrarlos acercan estas imágenes a las de las mujeres retratadas por Édouard Manet, cuyas miradas “a cámara” suelen transmitir la extraña síntesis de fragilidad y determinación. Y la fragilidad y la determinación son dos de las formas que elige la belleza.“Fijar artificialmente las apariencias carnales de un ser supone sacarlo de la corriente del tiempo y arrimarlo a la orilla de la vida”, escribe André Bazin sobre las momias egipcias pero pensando también en el cine. Si la imagen cinematográfica tiene el poder de revelarnos y de redimir lo real, los documentales de Guerín utilizan este potencial para dejar traslucir la humanidad de sus personajes. Y en este punto sus películas se acercan también a la teoría del modelo que sostiene a las actuaciones del cine de Robert Bresson. “Lo importante no es lo que me muestran sino lo que me esconden, y sobre todo lo que no sospechan que está en ellos”. De escarbar, de revelar la realidad de los personajes atravesando su superficie, trata también En la ciudad de Sylvia.3. La arqueología de En la ciudad... es una arqueología pequeña, que no remite a un pasado familiar tormentoso ni al rodaje de un film mítico (Innisfree). Y acá pequeño quiere decir íntimo. Uno lo percibe cuando mira En la ciudad..., pero lo termina de corroborar cuando se enfrenta al tono confesional de Unas fotos en la ciudad de Sylvia, el documental que acompaña a la ficción: esta es una historia en primera persona. Viendo primero una y después la otra nos enteramos de que la búsqueda del amor de juventud a la que asistimos en la primera es una proyección de la búsqueda real que confiesa Guerín en el documental: “Han transcurrido veintidós años. Sin embargo, cuando los vientos soplan desfavorables, regreso a esta ciudad con el propósito secreto de encontrarla”. Es el esfuerzo obstinado de volver a vivir algo que ha desaparecido lo que define la arqueología íntima del díptico.Las dos películas, ficción y documental, rodean una misma ausencia, pero la asumen de distinta manera. En En la ciudad.... la estructura de ficción le permite a Guerín revivir su historia en tiempo presente, un presente que puede dilatarse en la larga secuencia de la persecución de un modo en que las situaciones ficticias de sus anteriores documentales no lo hacían. A diferencia de lo que ocurre en Unas fotos..., en esa secuencia el director de ficción elige un rostro y encauza la búsqueda apoyándose en la eficacia del montaje y la fotogenia de la actriz. Y el espectador siente que el encuentro es posible. Pero el subsuelo de esa búsqueda está en el documental, que despliega las imágenes y referencias que vibran bajo la superficie pulida de la ficción. En Unas fotos... Guerín no sólo confiesa la realidad de su encuentro con Sylvia, también habla sobre su obsesión por los rostros, se enfrenta a los retratos de Manet, persigue a más mujeres, cuenta las historias de otros hombres que vivieron su vida con la certeza de que la felicidad pudo haber estado en otra parte. Hace todo esto apoyándose únicamente en una sucesión de fotografías: no hay imágenes en movimiento ni sonido en Unas fotos..., sólo notas visuales y unos pocos textos complementarios. Y a medida que Guerín despliega sus fotos el espectador va y viene entre dos impulsos: siente que la salvación puede presentarse en cualquier lugar de la ciudad, pero percibe que ese luminoso entramado de referencias y mujeres enmascara un vacío.4. Están los egipcios que embalsamaban a sus muertos y están los indios que no se dejaban sacar fotos por la superstición de que esos aparatos les robarían el alma. Y están los que se meten con asuntos tan inaccesibles como el alma de un desconocido y corren el riesgo de invocar fuerzas ocultas. José Luis Guerín se cuenta entre estos últimos: sus imágenes buscan atravesar el misterio de las mujeres de Estrasburgo y despiertan la vida invisible de sus calles. De ahí el extraordinario diseño sonoro que inunda los planos de En la ciudad... Cada persona que cruza el encuadre y cada detalle de la vida urbana aparece subrayado por el sonido, dotando a cada plano de una resonancia particular y dando la sensación de que el protagonista está inmerso en la ciudad y de que ésta ha absorbido a Sylvia, limitándose después a enfatizar su ausencia. Esta sensación se traduce a la enigmática escena final, cuando el protagonista espera en la estación y las mujeres se multiplican alrededor suyo, diferentes avatares de Sylvia que la cámara ha invocado con su búsqueda obsesiva. “Al desaparecer la figura aparece un entorno. Un flujo de vida que evoca a la desaparecida”, escribe Guerín en uno de los textos del documental. El suyo siempre fue un cine habitado por fantasmas. Tomás Binder* Publicado jueves 10/4 en “Sin aliento”, el diario gratuito del BAFICI.

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